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Fecha de publicacion: 2020-11-14
Estados Unidos se prepara para la transición más caótica de su historia: qué consecuencias puede tener para la presidencia de Biden
La negativa de Donald Trump a aceptar la derrota imposibilita el comienzo del traspaso de poder, un proceso clave en el que la administración saliente comparte toda la información de la que dispone con la entrante, que empieza así a delinear las políticas que va a implementar. Los riesgos en áreas sensibles, como la seguridad nacional y la gestión de la pandemia.

Donald Trump y Joe Biden en el Salón Oval de la Casa Blanca (Reuters / Fotomontaje de Mariano Llanes - Infobae)

El gobierno federal de los Estados Unidos es un coloso que administra un presupuesto de 4,7 billones de dólares y que cuenta con una plantilla de casi 5 millones de empleados civiles y militares, repartidos en múltiples agencias. Tomar el control de esa estructura puede llevar muchos meses para un nuevo gobierno. Por eso, la transición presidencial es un momento crítico, que puede condicionar la primera parte de un mandato.

Tan importante es este proceso, que desde hace tiempo está cuidadosamente regulado y protocolizado. Algunas pautas las establece la costumbre, pero muchas otras fueron establecidas por la Ley de Transición Presidencial sancionada en 1963. Su finalidad es que haya un traspaso de mando progresivo, a través de un cogobierno que comienza en los días posteriores a la elección y concluye el 20 de enero siguiente, cuando asume el nuevo presidente.

Nada de eso va a pasar por el momento. A más de diez días de los comicios y a una semana de que el consenso de analistas y observadores independientes diera ganador a Joe Biden con al menos 290 electores —20 más de los que necesita para ser presidente—, Donald Trump se niega a aceptar la derrota. Dice que él es el legítimo ganador y que su rival solo lo supera sumando “votos ilegales” por medio de un fraude. A pesar de no haber presentado ninguna evidencia de irregularidades a gran escala, cree que la Justicia le va a dar la razón. Al menos eso es lo que dice.

Es cierto que el resultado de la elección no es todavía oficial. Primero, las autoridades de cada estado tienen que certificar quién ganó en su territorio, lo que puede demandar semanas. Luego, el 14 de diciembre, se reúnen los electores de cada jurisdicción y sufragan por el candidato para el cual fueron electos. Y, finalmente, el 6 de enero el Congreso cuenta los votos electorales. Solo entonces el resultado pasa a ser oficial.

Si siempre se esperara tanto tiempo, nunca habría transición. Por lo general, basta el recuento provisorio de los votos para que el perdedor reconozca al ganador y se ponga en marcha el cambio de mando. No está claro si Trump va a estar dispuesto a eso en algún momento, ni siquiera después de que los tribunales desestimen sus reclamos.

“Normalmente, los funcionarios clave del gobierno saliente empiezan a compartir información con los miembros del nuevo equipo, especialmente en áreas como seguridad nacional. De hecho, se establecen oficinas casi paralelas durante un tiempo, para facilitar la transición. Esto se debe en parte a que la tarea es inmensa para la administración entrante. Hay presupuestos multimillonarios, más de dos millones de empleados civiles y dos millones de empleados militares, y unos 4.000 nuevos nombramientos por hacer. El caos de Trump impugnando los resultados hace mucho más difícil para Biden lograr una transición exitosa”, explicó Paul Teske, decano de la Escuela de Asuntos Públicos de la Universidad de Colorado en Denver, consultado por Infobae.

Lo que se espera de una transición

La transición de Herbert Hoover a Franklin D. Roosevelt entre 1932 y 1933 fue una de las más caóticas de las que hay memoria. Los Estados Unidos y el mundo estaban sumergidos en la Gran Depresión y el gobierno carecía de respuestas. Tras perder los comicios y quedarse sin la reelección que buscaba, Hoover le ofreció a su rival demócrata un acuerdo para terminar su mandato lo mejor posible, pero Roosevelt lo rechazó. La imagen del presidente estaba tan desgastada, que no quería contaminarse ni comenzar su gobierno condicionado por un pacto con su antecesor.

Durante 20 años no volvió a haber una verdadera transición. Avalado por el éxito del New Deal para recuperar la economía, y luego por el estado de excepción en el que ingresó el mundo por la Segunda Guerra, Roosevelt fue reelecto tres veces y gobernó hasta su muerte, en 1945. Ese exceso fue el que derivó en la enmienda constitucional que fijó en dos el máximo de mandatos presidenciales. A Roosevelt lo sucedió su último vicepresidente, Harry S. Truman, que a su vez ganó las elecciones de 1948.

En 1952, cuando Dwight D. Eisenhower ganó las elecciones, Truman consideró que era indispensable que se interiorizara en los pormenores de la administración antes de asumir. Es que habían pasado dos décadas desde la última vez que el Partido Republicano se hacía cargo y el gobierno de los 50 no tenía nada que ver con el de los 30. Esa transición es considerada un modelo que marcó la pauta para las siguientes.

“Como muchas cosas en los Estados Unidos, la transición presidencial se rige más por normas y tradiciones que por leyes —dijo Teske—. Normalmente, después de que los resultados de las elecciones son claros, el perdedor concede, y si es el mandatario en ejercicio, se compromete a ayudar al equipo del presidente electo. Se suele decir que los Estados Unidos se definen en cierta medida por lo ordenados que son los traspasos de poder, en contraste con muchas otras naciones en las que eso no sucede”.

El gobierno de Truman elaboró lo que desde entonces se conoce como The Plum Book, un libro en el que se detallan los miles de cargos políticos nombrados por el presidente que se va, que pasan a estar a disposición del que llega. También fue Truman quien creó una institución que se volvería central en el cambio de mando: la Administración General de Servicios (GSA por la sigla en inglés).

Esta agencia independiente tiene la misión de ordenar, facilitar y modernizar el funcionamiento de la burocracia federal. Con un presupuesto de USD 21.000 millones y cerca de 12.000 empleados, se encarga de que las oficinas públicas estén en condiciones, de que las distintas dependencias tengan los insumos que necesitan para hacer su trabajo y de agilizar la gestión a través de la incorporación de tecnología.

Muchas de las prácticas que se hicieron costumbre a partir de Truman se pusieron por escrito en la Ley de Transición Presidencial de 1963. Una de las más importantes es que el presidente electo empiece a recibir de inmediato informes clasificados de seguridad nacional, para que esté al tanto de las potenciales amenazas y de las operaciones de Defensa que están en marcha.

“La ley exige que el presidente en ejercicio designe a funcionarios en cada organismo como enlace con la administración entrante para ayudar en la transición. Básicamente, la idea es asegurar que haya un gobierno efectivo tan pronto como sea posible después de la toma de posesión. También se estipulan recursos para el presidente electo. Esto le permite comenzar el proceso de selección de candidatos para nombramientos en puestos importantes y acceder a información sobre el funcionamiento del gobierno, incluyendo reportes sobre seguridad nacional, que son necesarios para garantizar la continuidad en el área de relaciones exteriores y defensa”, dijo a Infobae Jack M. Beermann, profesor de derecho administrativo de la Universidad de Boston.



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